El segundo día de nuestra estancia en Sligo habíamos planeado jugar en Donegal Golf Club, o Murvagh, tal como es más conocido por ser ése el nombre de la península donde se encuentra. Es un campo relativamente reciente, pero que cuenta con una bien ganada fama, y construido, al menos por sus dimensiones, para albergar todo tipo de campeonatos profesionales.
Así pues, las expectativas eran altas, aun a pesar de que serían inevitables las comparaciones con Enniscrone, donde habíamos disfrutado, el día anterior, de una de nuestras experiencias de golf más inolvidables. Además, en un principio, nuestra intención era la de jugar en Carne, otra de las creaciones de Eddie Hackett, pero, a instancias de nuestro asistente en el viaje, nos decantamos por Murvagh, principalmente por una cuestión de proximidad respecto de Sligo.
Desde Sligo no nos llevó más de una hora hasta llegar a un desvío escasamente señalizado, poco antes de la ciudad de Donegal, donde se accede al club a través de una diminuta carretera que atraviesa un impresionante bosque.
La primera impresión, desde luego, es la de un links abierto y llano, en especial, si se compara con Enniscrone, y, efectivamente, en él no encontramos las dunas de otros campos irlandeses, pero no por ello deja de ser un recorrido variado y atractivo, como después comprobaríamos. También merece una mención el paisaje, con pequeñas islas arboladas entre las bahías y preciosas y amplísimas playas.
Cada uno de los hoyos presenta 5 tees distintos, algunos de distancias más que considerables, de modo que, ante la discrepancia de pareceres, y tras echarlo a suertes, acabamos jugando desde las barras blancas, las segundas más atrasadas, que suman la nada despreciable distancia de 6329 metros.
Los primeros hoyos no resultan especialmente destacables, y, hasta cierto punto, la sensación que teníamos era casi la de hallarnos en un campo de interior más que en un auténtico links, si no fuera por el rough que se empeñaba en hacer desaparecer algún que otro drive desviado.
No obstante, todo cambia a partir del hoyo 5, un par 3 largo con un green muy largo encajonado entre dunas y en el que ha de evitarse a toda costa el bunker frontal, ya que la recuperación desde el mismo es, según más de un experto, la más complicada de Irlanda.
A partir de ahí pudimos deleitarnos con los hoyos más memorables del recorrido, que discurren paralelos a la playa, destacando por su belleza y espectacularidad el 6, 7 y, especialmente, el 8, un par 5 que permite muy distintas estrategias de juego (eso sí, siempre que no se confunda el golpe de aproximación hacia el green del hoyo 10, que se asoma peligrosamente al mismo, como sin duda nos hubiera sucedido de no contar con la ayuda del siempre útil strokesaver).
La segunda vuelta también tiene algunos hoyos reseñables, como es el caso del 11, o incluso el 16, un par 3 de 214 metros desde blancas, una distancia absolutamente inusual en un links y que a quien suscribe le obligó a jugar el driver… para dejarla corta de green. Sea como fuere, el 3 es un gran resultado en el 16.
Los dos últimos hoyos son dos pares 4 muy distintos entre sí: en el 17 es factible para los pegadores llegar al green de salida a poco que el viento acompañe, mientras que respecto del segundo no hace falta más que señalar su nombre, bastante poco inspirador: “Bogey Hill”.
Después del almuerzo, y por unos módicos 20 euros, decidimos disfrutar de nuevo de los 9 primeros mientras caía la tarde, aunque esta vez desde las barras naranjas (6166 metros) que recomiendo para el golfista medio si no desea sufrir más de la cuenta y darse alguna buena posibilidad de birdie.
Al final del día, es justo reconocer que Murvagh es un buen campo aunque, en nuestro caso, quedara algo eclipsado por nuestra experiencia del día anterior en el encantador Enniscrone. No obstante, con la debida perspectiva, acabó valorado en nuestras encuestas por alguno de mis compañeros como el segundo mejor de los recorridos visitados.
Nuestra idea inicial era la de visitar, después de completar el recorrido, los Slieve League cliffs, unos espectaculares acantilados situados al Norte de la villa de Donegal, pero, desafortunadamente, nos fue imposible, debido a la tardía hora de salida y a que nuestro ritmo de juego, un día más, fue bastante más lento de lo recomendable (más de 5 horas), algo a lo que contribuyó decisivamente la parsimonia de nuestro amigo argentino en la lectura de los greenes.
En cualquier caso, se trata de una visita que, a pesar de quedar a más de una hora en coche desde Donegal, es altamente recomendable.